martes, 27 de diciembre de 2011

Título numero 6 ®

Por Javier Magaña

Creo que esta es una de esas noches de desvelo. No acostumbro desvelarme, pero cuando lo hago me gusta que sea por una mujer, pero cuando es por una mujer me gusta que sea porque estamos juntos no porque la estoy extrañando, pero ya ni modo, si esta es una de esas noches ¿Qué se le puede hacer?. Lo único que se puede hacer es pasarla. Si es una noche para extrañarte pues te extrañaré y si te extraño, trataré de olvidarte y si te olvido trataré de dormir y si no puedo dormir será porque no pude olvidarte de verdad o porque tengo miedo de nunca más tener una razón para desvelarme, y me gustaría poner fin a esta historia, pero es la historia de mi vida y solo mi vida o más bien la muerte, mi muerte, le pueden poner fin a esta historia, pero no estoy muerto y tengo planes de seguir vivo así que tratare de hacer más larga esta historia, pero eso será otro día porque mis ojos ya quieren dormir, y en vez de extrañarte prefiero soñarte. ©

miércoles, 27 de julio de 2011

Todo menos venganza

Javier Magaña

Señor policía le juro que no fue por venganza. Originalmente no era mi intención matar al muchacho. Yo sólo estaba cazando palomas en el llano con un rifle de postas, cuando de pronto oí un grito, mitad de dolor, mitad de coraje, me espanté y corrí a ver que había detrás de los árboles, era Jacinto un excompañero de secundaria, lo reconocí por su mirada de niño presumido que no se le quitaba nunca, ni aun con sus constantes cambios de humor, ya no tenía esa cara sonrosada como piel de bebé que tanto le gustaba acariciar a las niñas de la escuela, se le había cubierto toda de espinillas rojas con puntos blancos que de sólo verlos te daban ganas de reventárselos o te hacían tocarte la cara pues era una imagen casi tangible, tanto que la sentías en tu propio cuerpo.
-¡Ah!- Exclamo, tirado en el piso sin decirme nada.
Seguía teniendo la misma voz melosa que tanto me molestaba cuando exitosamente trataba de aprovecharse de mí, que siempre y sin importar lo amargo de mis experiencias anteriores al confiar en él, terminaba siendo el objeto de su burla y de toda la palomilla del salón que le tenía una extraña veneración.
Juro que no estaba molesto, esos recuerdos fueron solo referencia, me hicieron sentir aun mas obligado a ayudarle pues era un conocido, me acerque un poco más y le dije que se tranquilizara.
- Soy yo, Jaime, ¿no te acuerdas de mí?... déjame ver tu cara –le dije para no volver a pedirle que se tranquilizara.
- te voy a ayudar... no te preocupes solo fue un rozón.- comente esperando alguna respuesta que me tranquilizara a mí, pues lo que más temía era su enojo.-

Finalmente le ofrecí mi mano, y al parecer esta vez sí entró en confianza, se paró recargándose en un árbol, entonces sonreí triunfal, como pensando que lo peor había pasado ya; el vio mi sonrisa y sonrió también, entonces vino el ultimo de mis recuerdos de él, el recuerdo fatal, su risa, su maldita risa que combinada con la mirada de sus presumidos ojos verdes servía para encender los ánimos de cualquiera, y le dispare otra posta a la cara, el gritó de espanto y se cubrió la cara, volví a disparar y le atine a la mano con la que se cubrió el rostro, el pobrecito ya no aguanto tanto dolor y se dejo caer al suelo, luego volví a dispararle unas cinco veces más en la nuca y en el cuello, volví a jalar el gatillo, pero no salió nada, se me habían acabado las municiones, entonces cesé en mi intento y quise pedirle perdón; me quedé quieto un momento que para el debió haber sido una eternidad y se puso a llorar y a retorcerse en el suelo, de pronto lo vi ahí, indefenso, con su carita llena de barros, con su cuerpo flaquito y pequeño que no había crecido más que el mío, sin duda ya no era un niño carita ni tenía un sequito de admiradores como en la secundaria, probablemente el era ahora la victima de las bromas de los aprovechados, me dio mucha lástima y lo único que se me ocurrió hacer fue acabar con su sufrimiento... volteé mi rifle y con la parte de atrás lo golpeé hasta matarlo. Así que señor policía, no crea que fue por venganza. Yo no soy rencoroso.

jueves, 21 de julio de 2011

Enfrente

Por Javier Magaña
Eran las tres de la mañana y la luz de la ventana aún estaba encendida, el vecino fisgón que vivía enfrente fue el que lo notó.
Se trataba de Julio Ramírez, quien siempre que podía se asomaba por su ventana a eso de las diez de la noche para ver a Flor, su vecina, desnudarse, pero esa vez no lo hizo a la hora acostumbrada porque salió a un bar con sus amigos, de donde llegó ebrio casi a las tres de la mañana.
Y justo después se dirigió a acostarse en su cama desde donde usualmente observaba la casa de Flor. Ahí se dio cuenta que la luz de aquella ventana aún estaba encendida, como una invitación para el morbo a la que Julio no se resistió…
Eran las tres de la mañana y la luz de la ventana dejaba ver la silueta colgada de Flor.

jueves, 23 de junio de 2011

Algo para tomar en cuenta

Por Javier Magaña

Si hay algo que se puede decir de mí es que soy muy paciente, la vida me ha dado muchas situaciones que me han enseñado a serlo, tengo miles de anécdotas sobre eso, una de mis favoritas es acerca de cómo esperé 7 horas para ir a orinar, porque antes tuve que recorrer media ciudad a causa de una ola de ataques con granadas a instalaciones policíacas, pero esa es para otro día.
La anécdota de hoy es acerca de los últimos cuatro meses… para empezar, debo decir que estaba en una sala de cine, con una chica de esas que podrán ausentarse, pero no necesariamente salir de tu vida, tomé mi chamarra y nos cubrí a ambos, el tipo que estaba a un lado y medio disimuladamente volteaba a verme poner mi mano sobre los glúteos de mi amiga seguramente habrá pensado que yo intentaba cubrirla para agarrarle los senos, pero la verdad es que nos había dado frío por el aire acondicionado, aunque sí aproveché para meterle la mano dentro de la blusa.
Y la verdad, no es que sea exhibicionista, pero para ese entonces tenía tres meses sin, como dicen los poetas populares (pero anónimos), mojar brocha, así que había decidido “trabajar el asunto”, desde ahí para después de la película, caminar con ella unas cuantas cuadras y llegar al motel de costumbre, porque no pensaba perder tiempo en ningún café. Además, según mi experiencia, si no haces ruido, no darás pretexto a que la mujer divorciada, con dos hijos, que va sola al cine te diga cosas como “No tengo problemas con que tú y noviecita se estén manoseando en público, pero por favor hazlo en silencio” y te avergüence frente a todos los presentes.
También está el hecho de que gracias a los múltiples videos que ahora podemos ver gratis en la Internet, la gente ha aprendido a vivir con su voyerismo.
Pues esperé las tres horas que duró eso a lo que los reporteros espectáculos suelen llamar “una obra maestra del cine” y que representa para sus productores ganancias en cifras que un habitante común de este país no sabe escribir muy bien, porque la verdad nunca la había escuchado y nunca recibirá de sueldo ni la diezmilésima parte de eso, para poder ir al lugar que me interesaba realmente.
Caminamos un par de calles por la ruta acostumbrada, cuando me di cuenta lo fácil que es que se te caiga una cartera cuando te cobijas con tu chamarra para cubrirte del frío que produce el aire acondicionado de una sala de cine mientras manoseas a una mujer.
La verdad no quise regresar, porque de repente me dan lapsus en los que carezco de fe en el ser humano y di por pérdida mi cartera, con mis más importantes credenciales y, peor aún, los 350 pesos con los que iba pagar el derecho a usar una habitación con jacuzzi y televisión por cable, durante ocho horas, de las cuales, admitámoslo, sólo iba a aprovechar tres porque al día siguiente tenía que entrar a trabajar temprano.
Ella y yo ya estábamos en un punto en que podía tomarme la confianza de decirle que pagara, pero ciertamente nunca me ha gustado admitir mi torpeza frente a ninguna mujer ni que ando cortó de dinero.
Así que me fijé bien dónde estábamos parados, qué había alrededor, la detuve, tomándola por el brazo le di un beso, le comenté que la había pasado genial, que no podía contener las ganas de volver a verla, volví a voltear le pregunté si estaba libre a uno de los taxistas del paradero donde estábamos, el respondió afirmativamente, le abrí la puerta a la dama, le dije luego te llamó, saqué los cincuenta pesos que siempre por precaución, dejó en uno de los bolsillos de mi pantalón y se los di al chofer para que la llevara a su casa.
¡Es obvio! ¡Por Dios!, que la única mujer a la que localizaste en una época difícil en la que tuviste que recurrir a la agenda donde guardas los teléfonos que prometiste no volver a marcar, sabiendo que era mentira, te dará evasivas, cuando la vuelvas a llamar sí alguna vez la dejaste con la ganas, en especial si la llamada es después de muchos días de haber pasado ese episodio, y eso es lo que me pasó hoy que la volví a llamar. Es entonces amigos, que llevó cuatro meses haciendo uso de mi paciencia.

jueves, 16 de junio de 2011

Atole

Por Javier Magaña

Cuando se juntan la pobreza de unos y la soledad de otros, se corre el riesgo de que un pueblo de muertos de hambre se convierta en un putero, así fue aquí.
Desde la primera semana en que llegamos fueron llegando muchachas y señoras, de cada casita de cartón, de cada sierra, incluso de Guatemala.
Yo al principio no les hacía mucho caso, pero luego empezaron a verse chulas, bueno ¿qué mujer no te parece chula cuando llevas tres meses rodeado de hombres y cuando bajas al centro del pueblo es para tener balaceras en el mercado, con los inditos de aquí y terminas matando a todo el que se te ponga en frente sin importar si tenía vela en el entierro?
Hubo unas muchachas que las primeras veces llegaban descalzas y duraban días con un mismo vestido, pero ya al final traían zapatos nuevos y vestidos diferentes, feos, pero también nuevos.
Un amigo que estuvo en una zona con mejor camino, me contó que unas ya hasta había comprado coche, quién sabe, de la que yo más me acuerdo es de doña Nadia.
Y l digo doña, porque me constaba que lo era. Muy su trabajo le había costado su casita de palitos en su terreno de seis por seis, donde cuidaba a sus cuatro niños.
Ella vivía casi enfrente de la base y pues en la mañana se ponía a la entrada de su choza con una olla de atole blanco, le daba una bendición a sus cuatro hijos y los subía al camión de redilas en que se iban a la escuela con los otros chiquillos del pueblo.
La verdad es que esa señora nunca vendió una sola taza de atole, de hecho si querías podáis tomarlo gratis, su negocio era otro, mejor dicho era el mismo de las otras muchachas que llegaban pintadas.
Yo era cliente de doña Nadia, claro que le hablaba de tú y me caía bien, porque como trabajaba menos tiempo que las demás, no había que remover tanto atole si eras de los últimos en solicitar servicio.
Todos los días era a misma historia, nadie se tomaba el atole blanco, sólo cogía con ella y después se iba de regreso a sus asuntos.
Ella, cuando terminaba de trabajar, tiraba el atole entre la hierba y después se ponía a preparar más.
Sé que la respuesta de porque lo hacía es muy obvia, pero a todos nos viene un momento de pendejez y a mí se me ocurrió preguntarle ¿Por qué todos los días te pones a hacer atole?
Entonces se le mojaron los ojos y me respondió “porque algo le tengo que decir a los niños, de cómo consigo dinero para comer…Yo también siento vergüenza”.
Después de ese día no la volví a contratar y si nos cruzábamos en el camino, los dos volteábamos la mirada.
El último recuerdo que tengo de ella es que cuando me cambiaron de campamento ella estaba asomada desde la ventana de su casa… de ladrillo.

miércoles, 15 de junio de 2011

En el cuartel

Por Javier Magaña

Llevábamos un mes en Pueblo Viejo, Chiapas, cuando una señora llegó y pidió hablar con el oficial a cargo.
Se trataba de la directora de la primaria que estaba cerca, que le venía a pedir al comandante, mi coronel, el favor de no mandar a los niños a traernos cosas de la tienda, porque ya no querían ir clases, debido a que por un solo día de traernos cosas, ganaban más que su padre en una semana.
“Verá señor, aquí la gente es muy pobre, los papás tienen que ingeniárselas para mantener a toda la familia con 15 pesos a la semana y a mí los chiquillos me dicen que ganan 20 pesos diarios con ustedes. Así no van a querer venir nunca a la escuela y el problema es que no creo que se vayan a quedar aquí para siempre, que ¿va a pasar después, cuando además de quedarse sin dinero les falten los estudios?”
El coronel, parecía conmovido y después de despedir cortésmente a la señora, nos explicó la situación, no dio ninguna orden al respecto, pero nos comentó que lo dejaba a nuestra consciencia.
Nadie le encargó nada a los niños, ni les dio monedas ese día, pero, a la mañana siguiente, sentíamos que nos hacían mucha falta nuestros cigarros y las coca colas, no pudimos evitar hablarle a los niños.
Duré ahí ocho meses, ¿quién sabe en que habrá acabado esa historia después de que me fui?

lunes, 13 de junio de 2011

En barandilla

Por Javier Magaña

Ésta es una historia con prisa así que solicito la ayuda de su imaginación queridos lectores, para poder hacerla lo suficientemente detallada.
Eran como las 8 de la mañana cuando su servidor, de profesión periodista, llegó a barandilla porque un policía amigo suyo le avisó que acaba de detener a un carterista.
Entonces que voy, me ponen enfrente al malandro para que le tome la foto y que veo que tiene el lado derecho de la cara todo rojo, como si lo hubieran golpeado.
Por respeto a la amistad que había entablado desde hace años con mi amigo, el buen gendarme, le comenté: “oye wey… ¿ya viste?”
El poli, al que por ser buena onda llamaremos El Jefe se quedó pasmado un momento, pero luego se le iluminó la cara como a los detectives de las películas cuando descubren al verdadero culpable de un crimen.
Respiró hondo y le dio una cachetada del lado izquierdo del rostro, después con una sonrisa plena me recomendó “Si te preguntan, les dices que estaba chapeado”.

domingo, 12 de junio de 2011

Piano Azul

Por Javier Magaña
Cada noche desde hacía unos seis meses yo era despertado por el sonido de un piano, más específicamente el piano de mi vecino de arriba, no tocaba mal en absoluto, pero tienen que entender que después de doce horas de trabajo y una mala cena cualquier sonido fuerte, aunque sea casi celestial, llega ser molesto cuando lo único que quieres es dormir las únicas 5 horas que podrás hacerlo antes de levantarte y arreglar otros tantos asuntos, que no sabes porque los arreglas, pero los arreglas, así que en serio espero no crean que soy un cerdo inculto que no comprende a los amantes del arte, de hecho nunca le presenté queja alguna las veces que por casualidad cruzábamos palabras en las escaleras de camino a nuestro respectivos asuntos, aunque debo admitir que varias noches no me faltaron ganas de salir y gritarle: “¡Ojala que te de cáncer!” o algo por el estilo pero no era tanto por su música, sino por el efecto que causaba en los demás vecinos… imaginen a los vecinos de su piso, el mío y el piso superior al suyo, golpeando con un zapato o vaya usted a saber con qué la pared para gritarle además que se callé, cosa que ciertamente nunca dio resultado, por lo que a larga nos hicimos a la idea de no dormir, pues algún extraño atributo inherente a nuestro vecino nos hacía sentir mal cuando intentábamos abrir la boca para reclamarle algo, por lo que todos terminábamos ofreciéndole un cordial, pero forzado saludo.

Como dije yo era despertado por un piano, hasta esa noche hace dos semanas, en que a la hora habitual del concierto de mi vecino se escucharon en vez de los acordes de sus habituales valses de Mozart y sus escapadas jazzísticas un rechinido de camas y un dueto de exhalaciones aceleradas pero bien acompasadas, que terminaron en un profundo y agridulce gemido que juro por todo en lo que aún valga la pena creer hacía palidecer la belleza de cualquier buen vals. Después de eso todo se fue a la más tremenda calma, tanto que el sueño me venció y ya no oí más nada esa noche. Tres días habían pasado ya y el piano no se oía, ni yo recordaba haberme topado recientemente con mi vecino y vino a mí un aroma horrible, cuya fuente busqué en toda la casa, hasta que tuve que salir a averiguar de donde venía. ¡Era de arriba!, no había la menor duda, la idea más trágica me vino a la mente de inmediato y pensé en llamar a la policía o algo así, pero algo que no podría llamar curiosidad y mucho menos morbo me obligó a investigar de que se trataba, así que salí por la ventana de mi apartamento y haciendo uso de toda la destreza de la que me fue posible hacer acopio subí a su balcón cuya ventana estaba afortunadamente abierta dejando salir ese horrible aroma que aún recuerdo, lo cual hizo imposible tomar una última bocanada de aire fresco, así que entré sin más preámbulo. Nunca había estado dentro de ese apartamento así que lo primero que hice fue sondear el lugar con la mirada, la sala estaba prácticamente vacía, sólo tenía el piano, la zona de la cocina lucía muy pulcra, así que no volví a mirar por ahí y decidí seguir hacia la zona donde imaginé se encontraba la habitación, pues supuse que su apartamento estaba dispuesto de la misma manera que el mío así que abrí la puerta y lo que vi me hizo caminar hacia atrás y sentir nauseas de inmediato volteé para no seguir viendo, pero el asco me ganó y terminé vomitando sobre el piano, lo cual me asusto también, así que volví a caminar de espaldas sin percatarme que ahora me dirigía hacia el interior de la habitación, y no caí en cuenta de ello hasta que una de mis corvas tropezó con la cama y, tal vez, ahora sí fue el morbo el que me hizo voltear y ver nueva mente esa tétrica imagen de una pareja desnuda fundida en un último abrazo, no pude ver el rostro de ella ni me atreví a dar una vuelta alrededor del lecho, porque no me pareció una situación para ponerse morboso, así que de inmediato salí del apartamento y me dirigí al mio para llamar al servicio de emergencias, aunque ya el caso de emergencia no tuviera nada. La policía llegó 20minutos más tarde me interrogó de manera grosera, pero sin acusarme de nada, los peritos y unos fotógrafos de nota roja llegaron más tarde y se quedaron ahí casi todo el día, en el cual curiosamente nadie más salió de su apartamento para preguntar por qué tanto barullo.

El asunto fue muy comentado en los noticieros y periódicos de está aburrida ciudad. Decían que había sido un suicidio con veneno para ratas y que el motivo era que ella era casada con hijos y que su esposo se negaba darle el divorcio. Probablemente la historia de esto último sea más interesante que la historia de lo que yo les conté, pero yo sólo les cuento lo que me tocó saber.

sábado, 11 de junio de 2011

El bar tender

Charles Libergmank, cantinero y dueño del bar Grün era un tipo al que su parroquiano más antiguo, Jack El Leproso, le hubiera gustado creer que había obtenido la cicatriz de su frente en un accidente en el que su desgraciada, pero amante esposa perdió una pierna. Pero la verdad es que Charles Libergmank era un alemán de 50 años que hacía ya veinte años había ido de turista a Israel, donde un anciano sobreviviente al holocausto lo golpeó con su bastón al reconocer su acento, y que además la esposa de Charles era una mujer relativamente bella y extremadamente normal y judía, de nombre Esther.

Sólo Charles y Esther saben porque diablos terminaron viviendo aquí en esta pequeña ciudad en un país al otro lado mar, pero todos los que los conocen bien saben que la razón por la que ella lo espera despierta hasta la cinco de la mañana sin importarle que sólo sea para verlo acostarse después de decir “Buenas noches” es que los dos se aman y que saben que gracias al Grün es que aunque no puedan contar mucho de su historia, muchas historias se pueden contar ahí.

jueves, 9 de junio de 2011

Así es…

Por Javier Magaña

“So… Are we talking to each other?” dijo Javier al llamarla por teléfono tras la enésima vez que uno de los dos rompía la promesa de no volverse a hablar, sabiendo siempre que en el fondo ambos esperaban que uno rompiera la promesa.
Esta vez fue ella y lo hizo cuando él estaba a punto de maldecirla por no llamar, escribir ni aparecerse, pero de repente cuando el volvió del trabajo estando a un paso de entrar a su casa para marcarle, se topó con un mensaje, no muy claro pero definitivamente de ella.
Era una mariposa de plástico color purpura, colocada exactamente en donde él siempre solía dejar las llaves. Ese era el pretexto que él necesitaba para llamarla sin sentir que se estaba humillando. Así que tras una hora de preguntarse qué rayos fue lo que ella le quiso decir, resolvió que esperaría al día siguiente a la misma hora para llamarle como si le estuviera haciendo un favor.
El día siguiente llegó, pero la hora decidida lucía tan lejana que Javier no pudo esperar las veintiún horas que faltaban para la hora en que se supone la llamaría, así que siendo las doce y media de la noche llamó, no sin antes pensar en una frase que sonará con carácter y que la hiciera sentir que él no era el que tenía más ganas de hablar, así que comenzó hablándole en inglés, sabiendo lo mucho ella detesta esa lengua, que no obstante entiende de maravilla.
Así que volviendo al inició él le dijo. “So… Are we talking to each other?”
A lo que ella conociéndolo todavía mejor de lo que él mismo podría conocerse, respondió “non plus, adieu” y colgó sin volver a contestar.

lunes, 30 de mayo de 2011

La casa en la playa

Germán apenas salía del estado etílico en el que se había encontrado toda la noche anterior y parte de esa mañana. Estaba sentado justo en el porche de su casa de playa y comenzaba a buscar a través de sus lentes de sol algo que no fuera el mar (sobrentiéndase bañistas con buenos cuerpos). No se veía ninguna chica particularmente hermosa como para esforzar demasiado la vista o levantar los binoculares que para esa razón había adquirido cuando también compró la casa. Arrugó la nariz y se dio cuenta que era demasiado tarde para ponerse bloqueador. Entró a la casa por una cerveza que no hallaría pues sus invitados de anoche se las habían acabado todas, se dirigió a su alcoba para tirarse en la cama, pero dos de sus invitados ya dormían en ella. Eran su amigo Gerardo y una hermosa muchachita de pelo negro y piel demasiado pálida para el clima de ese lugar. Lo más razonable hubiera sido retirarse dormir en la sala, dejarlos dormir y al día siguiente reclamar a Gerardo su abuso de confianza, para después felicitarlo por su surte con la chica, pero la desnudes de la chica obligó a sus ojos a anclar el resto de su cuerpo en la silla de la que no se movería hasta que chica despertara. Era increíble que un tipo como Gerardo pudiera estar con una chica como ella, él un gordo de casi cincuenta, sin la más mínima pretensión de lucir interesante y ella una linda muchachita de no más de 20 años ni 60 kilos, por cierto muy bien acomodados en los aproximadamente 1.70 metros que su ser comprendían. Germán se olvidaría de los reclamos hacia a su amigo y definitivamente sólo lo felicitaría, pero primero tenía que esperar a que la poca sangre que aun se dirigía al norte de su cuerpo le diera fuerza a su cerebro para conectarse con sus piernas y retirarse evitando así tener que dar explicaciones de qué hacía en su propia alcoba, pero sus piernas se tardaron y la chica despertó, dejando a Germán paralizado por los nervios. Al principio la chica no lo vio pues aún tenía los ojos cerrados, así que,como imagino era de costumbre para ella, estiró su torso y su brazos dando un largo bostezo que hacía resaltar aun más sus hermosos senos blancos ajenos a cualquier marca de bronceado, pero finalmente abrió los ojos y vio a Germán sentado ahí, pareciendo un tanto indiferente, pues lo tostado de su piel no permitía notar la leve palidez que había invadido su rostro y sus lentes obscuros no dejaban escapar a la luz sus ojos abiertos como platos. La chica bajó las piernas de la cama y recogió del suelo un pequeño trozo de tela negra que reconoció como su pantaleta y se la puso sin prisa, la chica pensó que su primer impulso debió ser de sorpresa y tal vez de indignación, que debió cubrirse y preguntar que hacía él ahí, pero pasó que su primer impulso fue uno que rara vez en la vida de cada ser humano pasa, razonó y se acordó de que él era el anfitrión y que seguramente esa era su cama, así que supuso que la respuesta de éste al pedirle una explicación sería: “pues éste es mi cuarto y el que debe pedir explicaciones soy yo ¿No crees?” así que decidió no discutir para no dar explicaciones, pero se dio cuenta de que se equivocó en sus cálculos, pues el primer impulso de Germán tras ver la escena de la pantaleta fue tratar de dar explicaciones, cosa que la chica, quien comenzaba a sentir los efectos de la resaca no quería escuchar, así que de inmediato lo calló diciéndole “No te preocupes, yo entiendo que esta es tu habitación y no tienes porque dar explicaciones en tu propia casa”. Tras esta aclaración Germán se quedó callado observando como ella se vestía, sin parecer incomodarse con su presencia, pero como bien dije sólo sin parecer pues por dentro estaba temblando sintiendo una mezcla de coraje y vergüenza que nadie hubiera adivinado debido al semblante de seguridad que siempre hace lucir a las mujeres de su clase más bellas de lo que ya son. La ropa de la chica por fin cubrió lo esencial y nada más que eso, pues ese montón de trapos de diseñador europeo llamados ropa, no eran más que una combinación de lencería, transparencias y escote. La chica se levantó recogió su cartera y se dispuso a despedirse. Y antes de que él siquiera pensara en intentar levantarse para acompañarla ella, en el más sensual tono de voz que Germán jamás haya escuchado y que por cierto era el tono más habitual en ella, le dijo: “No te molestes sé bien el camino” y él obedeció como autómata y la dejó ir sin siquiera decir adiós. Pasaron veinte minutos quizá, cuando German salió del estado casi narcótico en el que se encontraba cuando decidió que esa hora, las 12:45 de la tarde, era la hora adecuada para salir con su amigo a comprar un par de cervezas y algo de comida picante, pero tendría una terrible sorpresa, ya que cuando intentó despertar a Gerardo notó que no respiraba y que su cuerpo estaba helado… “Debió fallecer como a las 3:45 a.m.” dijeron después que realizaron la autopsia. Y entonces es que, 6 meses después de eso, Germán piensa que su primer impulso acerca de reclamarle a Gerardo el abuso confianza era el más adecuado, de hecho eso estaba haciéndolo frente a su tumba, puesto que nada disminuye más la plusvalía de una casa que la noticia de alguien que murió en la alcoba en la que el dueño no piensa volver a dormir jamás.

lunes, 23 de mayo de 2011

La sirena

Un par de anteojos empañados cayó cuando la sirena apareció en la playa a la luz de las estrellas. El dueño de los lentes no los quiso recoger, por temor a confirmar o desmentir lo que sus ojos veían, ya que lo que enfrente de el estaba era demasiado bello como para poder soportar una pérdida o una desilusión.
Fue la única vez que creyó que sería mejor vivir con la duda.

sábado, 21 de mayo de 2011

Sucio

Por Javier Magaña
I
Hace poco

Hace poco que recibí una llamada, era ella.
Pensé que no quería volver a hablarme, pues es lo más lógico que uno puede creer cuando le gritan “¡No quiero volver a verte, maldito pervertido!”.
Pero ella habló:

Ella: ¿Que tanto es una mirada?
Él: Es algo así como las incontenibles ganas que a veces dan de voltear hacia atrás.
Ella: ¿Cómo lo hiciste con esa chava?
Él: Cómo lo hice contigo hace seis meses ¿recuerdas?...
Ella: Sí, aún recuerdo lo que también dijiste, aunque debo confesar que de deseé que fuera broma.
Él: Y el hecho de que llames me hace presumir que te agrada un poco que haya sido en serio.
Ella: Tal vez…

II
6 meses antes de hace poco

“Me gusta verte por detrás. No es que no aprecie la obra de arte que forman tu blusa ajustada y el frío de esta mañana, pero… prefiero verte por detrás.”

viernes, 20 de mayo de 2011

Polvo

Por Javier Magaña

Fue cuando cayó el primer puño de tierra cuando sentí en su propio rostro el balazo que le dieron a mi esposo en la cara y empecé a llorar y pedir que lo sacaran de ahí...
¡No comadre! ¡no se puede!, me dijeron en la noche cuando pedí ver la cara de Abraham. Era mejor así y ahora le dicen lo mismo, porque todos creen que es preferible pudrirse tres metros abajo que en plena calle o en su propia casa.
Se lo dieron de comer a un pozo, ¡malditos!, pero allá irán también ellos, hace una hora todavía estaba cobijado su ataúd con su bandera y ahora lo cubren de tierra para que ahí se quede siempre y se lleve consigo su mirada turbia como la de todos los que saben enfrente de quién están parados, esa que me enseñaba a mí cuando se despertaba antes de ponerse sus anteojos negros y que una vez le enseñó también a su compadre, el que es como él, pero más pendejo.
Fue bonito el chiste que hoy le hicieron, sí no lo hubiera matado el balazo, se hubiera muerto de la risa de saber lo que tenían planeado para cuando se muriera.
Ahí estaba el padre hablando de mi Abraham como si nunca se hubiera confesado con él, ni le hubiera cuidado a su sobrino cuando se iba al putero. Supongo que esas son la mentiras blancas, las que se dicen cuando uno usa un habito y levanta una oblea hacia el techo, dice dos o tres cosas en latín y arroja agua hacía un féretro cerrado de un hombre que murió en el cumplimiento de su deber (cualquiera que realmente sea éste).
Llegamos todas de negro y ellos, sus compañeros, en su traje de gala azul, que no por insulsa, pero sí sincera, se le veía bien a él, y ahora pienso, el hecho de que lo hubiera visto muchas veces usarlo, me dice que estaba acostumbrado a enterrar amigos.
Antes de traerlo aquí le tocaron una diana y ahora lo dejan con un grupo norteño que cobra 10 pesos por canción. Sí, en definitiva se hubiera reído, las sirenas de muchas patrullas lo siguieron. No saben cuánto me molestaba ese sonido, hasta él decía que sólo servía para pasarse el alto.
Su compadre, el que era como él pero más pendejo (no puedo dejar de mencionarlo), le hizo, junto con otros tres que me dijeron que eran sus amigos, una guardia como no se la hicieron cuando ocupaba quien lo cubriera de los 20 balazos que lo mataron.
La imaginación del comandante se puso en marcha y me contó de “lo bueno que Abraham” era, “una pérdida lamentable” fue lo que dijo.
No sé qué pensaran todos, pero fui la esposa de ese cabrón durante el tiempo suficiente como para saber que chingaderas hacía, pero no importa, ya la tierra lo ha cubierto y parece que todos sienten que los gusanos se llenarán con Abraham y no querrán la carne de ninguno de nosotros cuando nos entierren, mientras el padre dice que ese cuerpo que en unas horas se va a hinchar y carcomer es polvo y en polvo se convertirá, para después pedir a Dios que me cuide a mí con un tono que indica ser el permiso que los presentes esperan para empezar a retirarse de manera disimulada.
Era malo (como casi todos), pero era mi esposo y me fue entregado ante un altar por el mismo padre que hoy se lo entregó a la tierra.
“Hasta que la muerte los separé” nos dijo… nunca pensé que fuera una advertencia para que yo no reclamará cuando me quedará sin él, de quien hoy todos dicen que era bueno. Yo creo que en eso consisten estas ceremonias, en hacernos olvidar que aquellos que queríamos seguramente irán al infierno.

jueves, 19 de mayo de 2011

¿Lo pasado, pasado está?

Por Javier Magaña

Fue una de esas malditas tardes en las que no se puede dejar el pasado donde debe estar, sólo bastó que cruzaran su mirada, para recordar algo que seguramente ya no importaba, o tal vez sí, cuando alguien saca una pistola es difícil creer que los motivos no eran importantes. Uno de ellos gritó un nombre y tras unos segundos ya había dos muertos en el suelo.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Mi Historia Sorprendente

Por Javier Magaña

Sé que para contar esta historia sólo me basta decir “Estábamos tú y yo”. Eso... eso casi nunca pasa.

lunes, 16 de mayo de 2011

¡Ora tú!, ¿Por qué esa cara?

¿Qué paso con tu cara querido espejo?, Hoy no encuentro en ti ese rostro desencajado tan tuyo como mío, tampoco has despertado la terrible sensación de nauseas que aparece cada mañana al verte, ¿Qué acaso hoy te has muerto?
Ya no me importan tus arrugas ni las entradas que se notan en tu frente, ya ni siquiera lloras ni me dejas hacerlo a mí, me miras como si llorar ya no sirviera ni para desahogarme.
Antes me veías con asco y yo tapaba mi rostro con mis manos, pero dejaba mis ojos libres para ver si te burlabas o me juzgabas loco.
Unas veces tu mirada lucia benévola y me invitabas a acercarme para darte un beso, pero tus labios eran tan fríos que me hacías enojar, apretar mis puños y lanzar un golpe que no te lastimaba nunca porque se estrellaba contra la pared, después de eso nos quedábamos quietos por un instante y yo me dejaba caer al suelo donde nuestras miradas no podían encontrarse, me sobaba la mano y hacia un puchero, luego retomaba el poco valor que entonces tenía, te volvía a ver a los ojos, una sonrisa salía de nuestras bocas y me mirabas como diciendo “No te agüites, viejas hay muchas, ya encontraras una.”. Pero ya estas cansado de animarme y ahora me toca a mí animarte y te digo que lo intentaré, ¡pero si mañana tienes la misma cara!... ¡te dejo!

sábado, 14 de mayo de 2011

Algo para tomar en cuenta

Por Javier Magaña

Si hay algo que se puede decir de mí es que soy muy paciente, la vida me ha dado muchas situaciones que me han enseñado a serlo, tengo miles de anécdotas sobre eso, una de mis favoritas es acerca de cómo esperé 7 horas para ir a orinar, porque antes tuve que recorrer media ciudad a causa de una ola de ataques con granadas a instalaciones policíacas, pero esa es para otro día.
La anécdota de hoy es acerca de los últimos cuatro meses… para empezar, debo decir que estaba en una sala de cine, con una chica de esas que podrán ausentarse, pero no necesariamente salir de tu vida, tomé mi chamarra y nos cubrí a ambos, el tipo que estaba a un lado y medio disimuladamente volteaba a verme poner mi mano sobre los glúteos de mi amiga seguramente habrá pensado que yo intentaba cubrirla para agarrarle los senos, pero la verdad es que nos había dado frío por el aire acondicionado, aunque sí aproveché para meterle la mano dentro de la blusa.
Y la verdad, no es que sea exhibicionista, pero para ese entonces tenía tres meses sin, como dicen los poetas populares (pero anónimos), mojar brocha, así que había decidido “trabajar el asunto”, desde ahí para después de la película, caminar con ella unas cuantas cuadras y llegar al motel de costumbre, porque no pensaba perder tiempo en ningún café. Además, según mi experiencia, si no haces ruido, no darás pretexto a que la mujer divorciada, con dos hijos, que va sola al cine te diga cosas como “No tengo problemas con que tú y noviecita se estén manoseando en público, pero por favor hazlo en silencio” y te avergüence frente a todos los presentes.
También está el hecho de que gracias a los múltiples videos que ahora podemos ver gratis en la Internet, la gente ha aprendido a vivir con su voyerismo.
Pues esperé las tres horas que duró eso a lo que los reporteros espectáculos suelen llamar “una obra maestra del cine” y que representa para sus productores ganancias en cifras que un habitante común de este país no sabe escribir muy bien, porque la verdad nunca la había escuchado y nunca recibirá de sueldo ni la diezmilésima parte de eso, para poder ir al lugar que me interesaba realmente.
Caminamos un par de calles por la ruta acostumbrada, cuando me di cuenta lo fácil que es que se te caiga una cartera cuando te cobijas con tu chamarra para cubrirte del frío que produce el aire acondicionado de una sala de cine mientras manoseas a una mujer.
La verdad no quise regresar, porque de repente me dan lapsus en los que carezco de fe en el ser humano y di por pérdida mi cartera, con mis más importantes credenciales y, peor aún, los 350 pesos con los que iba pagar el derecho a usar una habitación con jacuzzi y televisión por cable, durante ocho horas, de las cuales, admitámoslo, sólo iba a aprovechar tres porque al día siguiente tenía que entrar a trabajar temprano.
Ella y yo ya estábamos en un punto en que podía tomarme la confianza de decirle que pagara, pero ciertamente nunca me ha gustado admitir mi torpeza frente a ninguna mujer ni que ando cortó de dinero.
Así que me fijé bien dónde estábamos parados, qué había alrededor, la detuve, tomándola por el brazo le di un beso, le comenté que la había pasado genial, que no podía contener las ganas de volver a verla, volví a voltear le pregunté si estaba libre a uno de los taxistas del paradero donde estábamos, el respondió afirmativamente, le abrí la puerta a la dama, le dije luego te llamó, saqué los cincuenta pesos que siempre por precaución, dejó en uno de los bolsillos de mi pantalón y se los di al chofer para que la llevara a su casa.
¡Es obvio! ¡Por Dios!, que la única mujer a la que localizaste en una época difícil en la que tuviste que recurrir a la agenda donde guardas los teléfonos que prometiste no volver a marcar, sabiendo que era mentira, te dará evasivas, cuando la vuelvas a llamar sí alguna vez la dejaste con la ganas, en especial si la llamada es después de muchos días de haber pasado ese episodio, y eso es lo que me pasó hoy que la volví a llamar. Es entonces amigos, que llevó cuatro meses haciendo uso de mi paciencia.

El licenciado Roberto

- ¿Qué sensación te produce cuando notas que algunas mocosas de secundaria tienen mejores contornos que algunas chicas de nuestra edad?, es más ¿qué sientes cuando notas que algunas de ellas también tienen miradas más lindas que muchas chicas de nuestra edad?. – preguntó Roberto a su amigo Jorge, quien le contestó:
- Pues me produce la sensación de que debo recomendarte que veas más a tu novia que igual que nosotros ya puede votar.
- ¡Es que me está pasando muy frikeante!, hay una niña como de segundo de secundaria, que vive por mi calle y cada que la veo, me digo, se va a poner bien buena cuando crezca.- dijo Roberto con toda seriedad a pesar de lo coloquial de su lenguaje.
- Pues imagínatela ya encueradita en tu cama.- respondió Jorge con la plena seguridad de que tal comentario incomodaría o hasta asquearía a su amigo, quien ciertamente asqueado lo mandó al diablo por esa tarde, pues tampoco era para tomarse la broma tan apecho.

Pero eventualmente, si uno se mantiene vivo, tiene que preguntarse qué sensación te provoca cuando pasan cuatro años, el último de ellos muy bueno, pues te ha ido tan bien que todos te llaman justamente licenciado, y efectivamente, aunque no sabes a ciencia cierta cómo, tienes a esa chica desnuda en tu cama, tal como imaginabas que se iba poner cuando fuera algo mayor, faltándole aun 6 meses para poder votar y te dices que no has visto lo suficiente a ninguna chica de tu edad como para dejar de ver ese cuerpo de diosa que se ofrece ante ti y cuya boca te dice:

- ¿Sabe licenciado?- sí, le habla de usted y le dice licenciado, por que hasta ella misma esta conciente de toda la distancia temporal que los separa.- usted siempre me ha gustado, desde que estaba usted estaba todavía estudiando en la escuela de derecho, pero no le decía nada porque usted hubiera dicho que estaba muy niña, además usted tenía novia...
Entonces ella se tiene que detener un momento, porque Roberto le contesta:
-Aun la tengo.

Pero no dice nada más y ella continua.
- Eso ya no importa, porque he notado como me ve usted cuando de repente nos topamos en la calle y sé que no se negara, quiero creer que no lo hará, pues llevó muchas noches de insomnio esperando poder estar aquí.
¿Que comentario haría jorge al respecto?, ¿qué importan los comentarios de un tipo que jamás a tenido una oportunidad como esta?. Por eso ahora la única pregunta que resta por hacer es ¿qué pasara?...
- Pues eso tendrá que esperar para otra ocasión- se dice Roberto- cuando se da cuenta que debe limpiar su mano, pues aun no han pasado cuatro años y lo que el veía como su habitación es sólo su baño.

miércoles, 20 de abril de 2011

El cómico

Por Javier Magaña

“No me pierdo de mucho, ya te estás poniendo fea” dijo Joaquín a su esposa cuando salió de de terapia intensiva y tuvo que admitir, por fin, que estaba ciego. Ella sólo sonrió y recordó que él era chistoso, ese era su detalle, su gran atractivo, por eso fue que ella aceptó salir con él la primera vez. Él era chistoso y siguió siéndolo los días después de la operación que no pudo salvar sus ojos, Era chistoso y romántico, algo difícil de encontrar en estos días que él estrés hace preferible el no conversar. Hago énfasis en que era chistoso, porque nunca vimos que dejará de serlo, y digo vimos por que tres meses después cuando nos convenció de que podíamos dejarlo solo, contó su último chiste:

“Sabía que eventualmente encontraría el baño y mis navajas de rasurar sin ayuda.”

martes, 19 de abril de 2011

Bang

Se vio en el espejo como todas las mañanas pero está vez pasó algo inusual, reconoció al tipo que había sido 15 años atrás.
No es que viera su semblante rejuvenecido, fue más bien que no le parecía que estuviera viendo a un extraño, así que sonrió y luego tomó su pistola.
Algunas imaginaciones son muy limitadas en especial cuando se trata de creer en mentiras que preferirían fuera la realidad. Ese era el caso de Josué, quien se sentó a la orilla de la cama de su esposa y le preguntó:
“Entonces ¿ayer estuviste en casa de tu madre?”
Ella le contestó que sí, igual que todos los días en que él le hacía la misma pregunta. Después, un disparo despertó a los niños.

domingo, 10 de abril de 2011

El hombre adecuado

Por Javier Magaña

I

Este día ha sido más largo de lo normal, casi todos mis días duran como 2 minutos, aunque a veces hay noches que sí duran toda la noche, pero lo realmente raro de este día es que se ha estancado sólo en este momento, que se ha repetido unas 15 veces hoy y varias cientos de veces más todo este año; cada vez se vuelve más largo y exacto, las paredes tienen más colores, la calle se hace más grande, hay más transeúntes, me vuelvo más importante, pero aun así lo principal sigue siendo que yo la veo a los ojos, unos ojos verdes donde sólo estoy yo y este mundo totalmente creado para el encuentro casual tan esperado por ella. Sé que todo esto suena raro y que cualquier hombre, que por alguna razón se encontrara en esta situación se volvería loco, pero yo no. Sé que fui hecho para ella con todo lo que ella quiere, aunque esto signifique tenerle miedo a la obscuridad, ser un joven soñador e inseguro que en un parpadeo puede ser el anciano que la acompañe al altar en sus bodas de oro o el joven esposo al que ella llore en una tumba y que probablemente resucite sólo por que ella lo desea. Ella es una diosa a la que le gusta pasear por aquí para convivir con los habitantes de este mundo que es suyo, cosa que todos a su alrededor ignoran.


II

¡Vaya!, el momento ha terminado aunque sea por un instante. Ahora estamos en un café donde no sé quién es el que invitó y tenemos una charla que ignoramos de qué se trate, pero lo sabremos cuando ella tenga tiempo de pensar en el asunto y su madre o sus amigas no la llamen e interrumpan nuestros encuentros, aunque últimamente se las ha ingeniado para besarme sin que nadie se de cuenta, mientras ve y escucha a los demás.

III

Esta es la enésima vez que hacemos el amor por primera vez, pero esta vez soy más tierno, le susurro más cosas al oído, la dejo totalmente convencida de que ella aleja todos mis miedos, que ella es lo que más me hace feliz en este mundo, y eso la hace feliz, como si no recordara que la razón de mi existencia es amarla, como si no comprendiera que yo sería feliz para siempre si ella sólo lo pensara.

IV

En unos segundos han pasado 2 años. Estamos en nuestro hogar, una linda casita color naranja y café con leche, con una sola puerta y sin ventanas, pero que aun sin focos tiene la misma iluminación que tendría si la luz del sol entrara por una ventana, de pronto y sólo por que ella así lo quiere, he recordado mi viejo apartamento en el que nunca estuve realmente, pero que se supone me rehusé a dejar hasta que quedé totalmente convencido de que iría hasta el fin del mundo con tal de que fuera con ella, pero les juro que sólo me quejé un poco porque ella necesitaba una pequeña riña para convencerse de que soy humano.

V

La están llamando, pero no les hace caso y nuestros hijos a veces 2 a veces 3 le dicen que venga con nosotros a jugar... De pronto estoy con unos mariachis al pie de nuestro balcón cantándole una canción que no conocemos, pero que estoy seguro describe como es nuestro amor, mi voz que también desconocemos es desafinada pero no importa por que la ternura la embarga hoy en nuestro veinte aniversario de bodas.


VI

La vuelven a llamar, nuevamente no hace caso y nosotros nos encontramos en nuestra segunda cita, cuando ella deseo que yo me diera cuenta que la amaba, pero esta vez me ha dicho algo que no me dijo en nuestra primera segunda cita “¡No te vayas!... ¡Te soñé, te juro que te soñé!”.

¡Demonios!, Lo que más temían su madre y sus amigas ha sucedido, se ha vuelto loca, se le ha olvidado que me soñó por que soy un sueño (una fantasía que jamás se hará realidad).

viernes, 8 de abril de 2011

Frater

Por Javier Magaña I Que horrible fin de semana. Imagínense que de pronto se encuentran, por un motivo cualquiera, en otra ciudad, donde casualmente trabaja su padre al que casi nunca ven debido a la distancia. Después de imaginarse lo anterior, imagínense que de camino a la oficina de su padre van checando las bellezas que ofrece la ciudad en la que se encuentran de visita, para ser más exacto, belleza en este contexto significa todas la curvas bien formadas debajo de la espalda de las mujeres en tu camino. La contemplación de la belleza debe cesar cuando uno llega al edificio donde se encuentra la oficina de su padre, para poder adoptar un aire de solemnidad que siempre es necesario cuando no te sientes muy cómodo con la presencia de tu progenitor. Lo que hasta ahora he relatado, tal vez no les parezca tan terrible como quiero que sepan que fue ese fin semana, pero si les parecerá así cuando tengan que hacer otro ejercicio imaginativo para tratar de entender que sentí cuando mi padre me dijo que quería hablar conmigo, para confesarme que tenía una hermana un año menor que yo de la que el resto de la familia ya tenía conocimiento. Mi primera gran pesadilla instantánea, al saber que tenía una hermana a la que no conocía fue que mi hermana resultara ser alguna de las chicas que había ojeado de camino a la oficina de papá. Me sentí de pronto en un churro telenovelero y vino a mi mente la trillada escena televisiva, que va más o menos así: “Flavio Augusto no puedes casarte con Cristina Eulalia, porque ella... ella es tu hermana.” . Me imagino que he de haber puesto una cara de idiota como nunca antes, mientras mis tripas trataban de reacomodarse dentro de mí sin estrangular mi hígado. - Ella sabe de ti y tiene ganas de conocerte- dijo mi padre, tal vez sin comprender que yo aun no digería la noticia. - No quiero conocerla- pensé, pero mis pies lo siguieron automáticamente hasta el auto, en el que me llevó a un pequeño apartamento en el centro de la ciudad a donde logró conducirme sin dar ninguna indicación. No estoy muy seguro de cómo diablos fue el trayecto del auto al interior del apartamento, pero cuando menos acordé me encontraba sentado en un sillón y mi padre se despedía dejándonos solos para que nos conociéramos mejor. Debo decir que mi hermana me agradó, físicamente era todo lo opuesto a mi, pero resultó que teníamos varios gustos en común, al menos lo suficientes, como para pasar por alto que una hora antes de eso yo ignoraba su existencia, aunque lo que más me tranquilizó fue el hecho de que no era ninguna de las chicas a las que había estado checando en el camino y podía verla sin ningún tipo de remordimiento enfermizo. Mi fin de semana terminó y yo volvía a casa cuando de repente mi segunda gran pesadilla con respecto al hecho de tener una hermana apareció: ya me imaginaba yo escuchando la frase “preséntame a tú hermana” o el apelativo de cuñado que suelen poner mis amigos a todos lo cuates cuando tienen hermanas. Ahora me imagino frente al teléfono contándole al primero al que tengo ganas de contarle del asunto preguntándome “ ¿y qué tal está tu hermana?” a lo que yo obviamente responderé “¿Que te importa” para que este a su vez me diga “tú sabes, qué me importa.” II No me lo van a creer, pero un amigo que acaba de visitar a su padre en otra ciudad no me quiso decir algo que me importaba.

jueves, 7 de abril de 2011

Mentiras de mujer

Por Javier Magaña

Llamaba para oír un par de mentiras de mujer, de esas que a veces dices, como esa de “Te quiero mucho” o aquella de “te quiero ver pronto”.
Era la broma con la que Joaquín comenzaba las llamadas que desde hacía tres meses llevaba haciéndole a su novia, Miroslava, quien se había ido al DF a estudiar y siempre contestaba con una risa moderada y un “¡Tonto!”.
Tal rito inicial nunca sonaba gastado, sabe Dios porqué, pero ese día, Joaquín se sintió tonto cuando ella le dijo “Hoy sí podrían ser mentiras”.

Factor evolutivo

Por Javier Magaña

Habría que hacer un estudio sobre el duendecillo que te dice que lo quemes todo como factor de supervivencia y ventaja evolutiva del ser humano contra otros depredadores y/o competidores en la pirámide alimenticia.
Sólo imaginen esto, en la edad de piedra, un humano de un grupo de 200 que pasó a ser de 198, porque un tigre se alimentó de sus crías y teme que el tigre vuelva de nuevo para devorarlo a él, entonces aparece sobre su hombro ese pequeño duende que le dice “Quémalo, quémalo todo”, justo en otoño, con hojas y pasto seco en los alrededores de la jungla. Entonces el hombre quema el lugar y elimina al tigre de ese territorio y a su prole. Por ende no se podrá reproducir más que el ser humano, no cazará en el territorio del humano y ahora será el tigre el que se preocupe de la prole del ser humano, que algún día superará los 500 millones de personas.

martes, 5 de abril de 2011

El Doctor Hernández

Por Javier Magaña

El viejo doctor José Hernández miraba la espalda de Flor, quien se encontraba sentada delante de él con una ajustada playera que resaltaba un bien formado dorso que terminaba en unas caderas generosamente proporcionadas a las que los ojos del pervertido galeno recorrían de vez en vez tras de un delicioso paseo, que siempre comenzaba por un cuello tan sensualmente descubierto, que compararlo al de un cisne sería insultarlo.

El doctor la veía una y otra vez, hacía en ella diagramas imaginarios de como tocarla con la lengua y los labios. Tenía esa espalda tan perfectamente aprendida, analizada y clasificada que ni un instructivo de acupuntura podría ser más exacto.

Obviamente Flor no había notado al anciano detrás de ella y sólo se preocupaba por acomodarse mejor en la banca de ese parque al que solía acudir diariamente, a veces se estiraba, se movía a un lado, se movía al otro, se recostaba o se retorcía, pero siempre estaba ahí, tan fresca como puede ser siempre una mujer cuarenta años menor que tú. Esa tarde, podría decirse que ni se movió, parecía un estatua o mejor dicho parecía que posaba para los sueños de un sexagenario que daría su único riñón bueno por lamer la espina dorsal de esa jovencita que estaba sentada en frente de él, justo en esa posición en la que suelen sentarse muchas jovencitas de ahora que no notan que los pantalones ceñidos a la cintura suelen ir hacia abajo y no hacia arriba, mostrando un poco más que el final de su espalda; Esa fue la última vez que el doctor Hernández visitó ese parque. A su familia le gustaría contar algo así como:

“Llegó un poco agitado a la casa, no era muy normal en él, pero aun así no le prestamos la mayor atención, sólo vimos como pasó a recostarse a su cuarto y a la mañana siguiente ya no despertó.”

Pero la verdad es que el doctor murió de un ataque cardiaco, en el mismo sitio desde donde solía espiar a Flor, con una mano en el bolsillo secretamente agujerado de su pantalón favorito.

lunes, 4 de abril de 2011

Jorge y Luisa

Por Javier Magaña
Al fin, Jorge se decidió a ir a la mesa del rincón en la que hasta hacía ya unas tres noches solía compartir su cerveza y su charla con Luisa, pero como bien dije eso sólo había sido habitual hasta hacía como tres noches, antes de que ella quisiera hablar de algo más serio mientras él hablaba en serio de nada que fuera serio. Fue entonces que el sentarse en esa mesa y compartir su charla y su cerveza dejó, por casi tres noches, de ser algo que solieran hacer, pero ella seguía sentándose, en la misma mesa del mismo rincón, del mismo bar, porque pues bien ella siempre asistía ahí y él sólo había sido un tipo que entró a un bar por una cerveza y la vio a ella y le mandó un trago con el mesero. Por eso es que ella siempre era quien repartía y compartía, él parecía que sólo compartía y ahora iba demostrar que no sólo parecía porque llegó con una decisión que hombres como él sólo pueden tomar una vez y muy en serio. Por eso es que Jorge se decidió y se sentó en la misma mesa, como si nada hubiera pasado aquella noche de hacía ya tres noches y dejó en el centro de la mesa su vaso lleno de cerveza obscura casi como alquitrán, donde a pesar de eso se podía percibir el brillo de la piedra de un pequeño aro dorado…
Claro que ella estaba sin aliento y él lo sabía porque también tenía la seguridad de que le iban a decir que sí, por eso le dijo, con la seriedad debida, “quiero ser tu macho”. ¡Ya lo sé!, bien le pudo haber dicho otra cosa, pudo haber dicho: “cásate con migo”, “quiero pasar el resto de mi vida a tu lado” o su segunda opción “quiero hacerte un chamaco.”, pero ninguna de las dos primeras hubiera sido del estilo del hombre del que ella se enamoró y la tercera iba un poco más allá de los asuntos para los que estaba preparado el cara de vikingo posmoderno al que ella diría que sí y a quien, posteriormente, cuando de nuevo quisiera hablar de cosas serias en serio, pediría le hiciera un chamaco.

domingo, 3 de abril de 2011

Una cuestión de compromiso

En algún lado escuchó que el ciudadano común suele llevar consigo armas bastante eficientes y no suele notarlo, una de ellas son sus llaves, con las que puede causar heridas en la cara, los ojos y el cuello de un posible agresor, pero no había recordado dicho comentario sino hasta un par de segundos después de haberle rajado el rostro a aquel gorila que lo tenía acorralado.
Su rival más que adolorido se mostró desconcertado por el ataque y Aldo, el hombre del llavero en la mano, casi por instinto, aplicó una de las técnicas más prácticas de Bruce Lee en aquella película que hizo con Chuck Norris, pateó la entrepierna del otro sujeto para después alejarse a toda prisa del sitio.
Después de haber corrido unas tres cuadras, con una fuerza que jamás se imaginó tener, Aldo detuvo su marcha en una parada de camión y se puso a pensar, que corrió con suerte, el otro tipo, esposo de la mujer con que se había estado acostando desde hacía seis meses, pudo haber traído una pistola.
Después de recuperar el aliento, se puso de pie y prometió no volver a meterse con una mujer casada... Su falta de compromiso consigo mismo le hizo merecedor de una bala en la espalda dos años más tarde.

Cosas que pasan

Por Javier Magaña

Ambos se miraban a los ojos y se querían ¿Qué les importaba que dentro de 3 años no fuera más así? ¿Qué le importaba a ella que tras su segundo aniversario a él dejara de parecerle atractivo el piercing que ella orgullosa portaba en su labio? ¿Qué le importaba a él que a sus veinticinco dejaría de ser darkie y comenzaría a trabajar de burócrata para 10 años después tener a su tercer hijo con la fulana que si llegaría a ser su esposa? ¿Qué le importaba a ella que al año de cortar con él encontraría a otro más guapo, a quien querría más y por el cual se tiraría al vicio, para morir de sobredosis antes de los treinta? ¿Qué les importaba todo eso a ellos, cuando estaban a punto de darse un beso en ese lugar?...

¿Qué les importaba a ellos?

sábado, 2 de abril de 2011

El primer día

Por Javier Magaña

Se toparon de frente, Jaime iba de salida y Jimena llegaba, en vez de iniciar una de esas clásicas situaciones de bailar que se generan cuando ambos se mueven a un mismo lugar en su intento (fallido claro está) de no estorbarle el paso al otro, él decidió ponerse junto la pared y dejar el camino libre, tras lo cual ella continuó hacia el frente sin decir nada.
Para Jimena esa fue una pequeña pero significativa muestra de la debilidad de carácter del hombre que hacía un instante había tenido enfrente de ella, para Jaime, fue una estupenda oportunidad para ver cómo lucía de espaldas su nueva compañera de trabajo.

jueves, 31 de marzo de 2011

Cof… cof…

Por Javier Magaña
Y ahí estaba María, La mujer más bella que Rodolfo había visto…. estando borracho, algo en lo que él tenía mucha experiencia, así que decidió llamar al mesero y ordenar que le dijera a la chica que él pagaría todas sus copas.
El arrebato de arrogancia venía respaldado en una sonrisa de infalible galán, rodeada de una sombra de barba que crecía inusualmente pareja en una cara adornada por una mirada profunda que el destino le debió arrebatar a un hombre más sabio que Rodolfo, así que María decidió darle una oportunidad, como otras muchas mujeres antes de ella y cuyo nombre él había olvidado, lo habían hecho.
Tres horas más tarde la cuenta estaba saldada y ellos se dirigieron al apartamento de Rodolfo, donde él fue al refrigerador a buscar una cerveza en tanto ella se acomodaba en la cama.
En cuanto Rodolfo alejó su mirada del refrigerador y volteó a ver a María en la cama entregada ya a él, como sí se tratara de un sacrificio, se volvió a repetir que era la mujer más bella que había visto estando borracho y con pasos torpes, pero aún con la sonrisa infalible se acercó a ella y la besó.
La ropa se desvaneció con prisa y, minutos más tarde, Rodolfo tuvo que decir lo que no esperaba decir esa noche: “¡Te juro que nunca me había pasado!”.
Era cierto, a Rodolfo jamás le había pasado eso de no tener un erección cuando se necesitaba, le había pasado aquello de dormirse mientras esperaba a que una mujer saliera del baño a donde entró a ponerse una atuendo más coqueto y… bueno, también se había llegado a dormir en pleno besuqueo, pero lo de la falta de erección nunca.
María dijo, no importa, a veces pasa, con un tono que no dejaba adivinar si era condescendiente o estaba decepcionada. Entonces, él, sin sentir un particular pesar por el hecho, fue al refrigerador por dos cervezas más, le entregó una a la mujer más bella que había visto estando borracho y media hora después de un absoluto silencio el sueño los sorprendió.
A las 10 de la mañana, cuando él se despertó tembloroso por la cruda, fue a buscar una cerveza más, pero ya no había, así que decidió vestirse y salió a la tienda, como si no le importara que una desconocida estuviera en su casa, donde había una que otra posesión que él apreciara.
Al regresar Rodolfo, María ya estaba despierta y vestida, entonces él se dio cuenta de que la chica que no lucía nada mal ahora que estaba sobrio, pero antes de que él pudiera decir algo, ella le dijo podemos checar luego si no te vuelve a pasar… Ya sé dónde vives y mi número está en esta tarjeta.
Fue así que, por primera vez, Rodolfo se acordó del nombre de una mujer con la que pasó la noche estando borracho.