miércoles, 20 de abril de 2011

El cómico

Por Javier Magaña

“No me pierdo de mucho, ya te estás poniendo fea” dijo Joaquín a su esposa cuando salió de de terapia intensiva y tuvo que admitir, por fin, que estaba ciego. Ella sólo sonrió y recordó que él era chistoso, ese era su detalle, su gran atractivo, por eso fue que ella aceptó salir con él la primera vez. Él era chistoso y siguió siéndolo los días después de la operación que no pudo salvar sus ojos, Era chistoso y romántico, algo difícil de encontrar en estos días que él estrés hace preferible el no conversar. Hago énfasis en que era chistoso, porque nunca vimos que dejará de serlo, y digo vimos por que tres meses después cuando nos convenció de que podíamos dejarlo solo, contó su último chiste:

“Sabía que eventualmente encontraría el baño y mis navajas de rasurar sin ayuda.”

martes, 19 de abril de 2011

Bang

Se vio en el espejo como todas las mañanas pero está vez pasó algo inusual, reconoció al tipo que había sido 15 años atrás.
No es que viera su semblante rejuvenecido, fue más bien que no le parecía que estuviera viendo a un extraño, así que sonrió y luego tomó su pistola.
Algunas imaginaciones son muy limitadas en especial cuando se trata de creer en mentiras que preferirían fuera la realidad. Ese era el caso de Josué, quien se sentó a la orilla de la cama de su esposa y le preguntó:
“Entonces ¿ayer estuviste en casa de tu madre?”
Ella le contestó que sí, igual que todos los días en que él le hacía la misma pregunta. Después, un disparo despertó a los niños.

domingo, 10 de abril de 2011

El hombre adecuado

Por Javier Magaña

I

Este día ha sido más largo de lo normal, casi todos mis días duran como 2 minutos, aunque a veces hay noches que sí duran toda la noche, pero lo realmente raro de este día es que se ha estancado sólo en este momento, que se ha repetido unas 15 veces hoy y varias cientos de veces más todo este año; cada vez se vuelve más largo y exacto, las paredes tienen más colores, la calle se hace más grande, hay más transeúntes, me vuelvo más importante, pero aun así lo principal sigue siendo que yo la veo a los ojos, unos ojos verdes donde sólo estoy yo y este mundo totalmente creado para el encuentro casual tan esperado por ella. Sé que todo esto suena raro y que cualquier hombre, que por alguna razón se encontrara en esta situación se volvería loco, pero yo no. Sé que fui hecho para ella con todo lo que ella quiere, aunque esto signifique tenerle miedo a la obscuridad, ser un joven soñador e inseguro que en un parpadeo puede ser el anciano que la acompañe al altar en sus bodas de oro o el joven esposo al que ella llore en una tumba y que probablemente resucite sólo por que ella lo desea. Ella es una diosa a la que le gusta pasear por aquí para convivir con los habitantes de este mundo que es suyo, cosa que todos a su alrededor ignoran.


II

¡Vaya!, el momento ha terminado aunque sea por un instante. Ahora estamos en un café donde no sé quién es el que invitó y tenemos una charla que ignoramos de qué se trate, pero lo sabremos cuando ella tenga tiempo de pensar en el asunto y su madre o sus amigas no la llamen e interrumpan nuestros encuentros, aunque últimamente se las ha ingeniado para besarme sin que nadie se de cuenta, mientras ve y escucha a los demás.

III

Esta es la enésima vez que hacemos el amor por primera vez, pero esta vez soy más tierno, le susurro más cosas al oído, la dejo totalmente convencida de que ella aleja todos mis miedos, que ella es lo que más me hace feliz en este mundo, y eso la hace feliz, como si no recordara que la razón de mi existencia es amarla, como si no comprendiera que yo sería feliz para siempre si ella sólo lo pensara.

IV

En unos segundos han pasado 2 años. Estamos en nuestro hogar, una linda casita color naranja y café con leche, con una sola puerta y sin ventanas, pero que aun sin focos tiene la misma iluminación que tendría si la luz del sol entrara por una ventana, de pronto y sólo por que ella así lo quiere, he recordado mi viejo apartamento en el que nunca estuve realmente, pero que se supone me rehusé a dejar hasta que quedé totalmente convencido de que iría hasta el fin del mundo con tal de que fuera con ella, pero les juro que sólo me quejé un poco porque ella necesitaba una pequeña riña para convencerse de que soy humano.

V

La están llamando, pero no les hace caso y nuestros hijos a veces 2 a veces 3 le dicen que venga con nosotros a jugar... De pronto estoy con unos mariachis al pie de nuestro balcón cantándole una canción que no conocemos, pero que estoy seguro describe como es nuestro amor, mi voz que también desconocemos es desafinada pero no importa por que la ternura la embarga hoy en nuestro veinte aniversario de bodas.


VI

La vuelven a llamar, nuevamente no hace caso y nosotros nos encontramos en nuestra segunda cita, cuando ella deseo que yo me diera cuenta que la amaba, pero esta vez me ha dicho algo que no me dijo en nuestra primera segunda cita “¡No te vayas!... ¡Te soñé, te juro que te soñé!”.

¡Demonios!, Lo que más temían su madre y sus amigas ha sucedido, se ha vuelto loca, se le ha olvidado que me soñó por que soy un sueño (una fantasía que jamás se hará realidad).

viernes, 8 de abril de 2011

Frater

Por Javier Magaña I Que horrible fin de semana. Imagínense que de pronto se encuentran, por un motivo cualquiera, en otra ciudad, donde casualmente trabaja su padre al que casi nunca ven debido a la distancia. Después de imaginarse lo anterior, imagínense que de camino a la oficina de su padre van checando las bellezas que ofrece la ciudad en la que se encuentran de visita, para ser más exacto, belleza en este contexto significa todas la curvas bien formadas debajo de la espalda de las mujeres en tu camino. La contemplación de la belleza debe cesar cuando uno llega al edificio donde se encuentra la oficina de su padre, para poder adoptar un aire de solemnidad que siempre es necesario cuando no te sientes muy cómodo con la presencia de tu progenitor. Lo que hasta ahora he relatado, tal vez no les parezca tan terrible como quiero que sepan que fue ese fin semana, pero si les parecerá así cuando tengan que hacer otro ejercicio imaginativo para tratar de entender que sentí cuando mi padre me dijo que quería hablar conmigo, para confesarme que tenía una hermana un año menor que yo de la que el resto de la familia ya tenía conocimiento. Mi primera gran pesadilla instantánea, al saber que tenía una hermana a la que no conocía fue que mi hermana resultara ser alguna de las chicas que había ojeado de camino a la oficina de papá. Me sentí de pronto en un churro telenovelero y vino a mi mente la trillada escena televisiva, que va más o menos así: “Flavio Augusto no puedes casarte con Cristina Eulalia, porque ella... ella es tu hermana.” . Me imagino que he de haber puesto una cara de idiota como nunca antes, mientras mis tripas trataban de reacomodarse dentro de mí sin estrangular mi hígado. - Ella sabe de ti y tiene ganas de conocerte- dijo mi padre, tal vez sin comprender que yo aun no digería la noticia. - No quiero conocerla- pensé, pero mis pies lo siguieron automáticamente hasta el auto, en el que me llevó a un pequeño apartamento en el centro de la ciudad a donde logró conducirme sin dar ninguna indicación. No estoy muy seguro de cómo diablos fue el trayecto del auto al interior del apartamento, pero cuando menos acordé me encontraba sentado en un sillón y mi padre se despedía dejándonos solos para que nos conociéramos mejor. Debo decir que mi hermana me agradó, físicamente era todo lo opuesto a mi, pero resultó que teníamos varios gustos en común, al menos lo suficientes, como para pasar por alto que una hora antes de eso yo ignoraba su existencia, aunque lo que más me tranquilizó fue el hecho de que no era ninguna de las chicas a las que había estado checando en el camino y podía verla sin ningún tipo de remordimiento enfermizo. Mi fin de semana terminó y yo volvía a casa cuando de repente mi segunda gran pesadilla con respecto al hecho de tener una hermana apareció: ya me imaginaba yo escuchando la frase “preséntame a tú hermana” o el apelativo de cuñado que suelen poner mis amigos a todos lo cuates cuando tienen hermanas. Ahora me imagino frente al teléfono contándole al primero al que tengo ganas de contarle del asunto preguntándome “ ¿y qué tal está tu hermana?” a lo que yo obviamente responderé “¿Que te importa” para que este a su vez me diga “tú sabes, qué me importa.” II No me lo van a creer, pero un amigo que acaba de visitar a su padre en otra ciudad no me quiso decir algo que me importaba.

jueves, 7 de abril de 2011

Mentiras de mujer

Por Javier Magaña

Llamaba para oír un par de mentiras de mujer, de esas que a veces dices, como esa de “Te quiero mucho” o aquella de “te quiero ver pronto”.
Era la broma con la que Joaquín comenzaba las llamadas que desde hacía tres meses llevaba haciéndole a su novia, Miroslava, quien se había ido al DF a estudiar y siempre contestaba con una risa moderada y un “¡Tonto!”.
Tal rito inicial nunca sonaba gastado, sabe Dios porqué, pero ese día, Joaquín se sintió tonto cuando ella le dijo “Hoy sí podrían ser mentiras”.

Factor evolutivo

Por Javier Magaña

Habría que hacer un estudio sobre el duendecillo que te dice que lo quemes todo como factor de supervivencia y ventaja evolutiva del ser humano contra otros depredadores y/o competidores en la pirámide alimenticia.
Sólo imaginen esto, en la edad de piedra, un humano de un grupo de 200 que pasó a ser de 198, porque un tigre se alimentó de sus crías y teme que el tigre vuelva de nuevo para devorarlo a él, entonces aparece sobre su hombro ese pequeño duende que le dice “Quémalo, quémalo todo”, justo en otoño, con hojas y pasto seco en los alrededores de la jungla. Entonces el hombre quema el lugar y elimina al tigre de ese territorio y a su prole. Por ende no se podrá reproducir más que el ser humano, no cazará en el territorio del humano y ahora será el tigre el que se preocupe de la prole del ser humano, que algún día superará los 500 millones de personas.

martes, 5 de abril de 2011

El Doctor Hernández

Por Javier Magaña

El viejo doctor José Hernández miraba la espalda de Flor, quien se encontraba sentada delante de él con una ajustada playera que resaltaba un bien formado dorso que terminaba en unas caderas generosamente proporcionadas a las que los ojos del pervertido galeno recorrían de vez en vez tras de un delicioso paseo, que siempre comenzaba por un cuello tan sensualmente descubierto, que compararlo al de un cisne sería insultarlo.

El doctor la veía una y otra vez, hacía en ella diagramas imaginarios de como tocarla con la lengua y los labios. Tenía esa espalda tan perfectamente aprendida, analizada y clasificada que ni un instructivo de acupuntura podría ser más exacto.

Obviamente Flor no había notado al anciano detrás de ella y sólo se preocupaba por acomodarse mejor en la banca de ese parque al que solía acudir diariamente, a veces se estiraba, se movía a un lado, se movía al otro, se recostaba o se retorcía, pero siempre estaba ahí, tan fresca como puede ser siempre una mujer cuarenta años menor que tú. Esa tarde, podría decirse que ni se movió, parecía un estatua o mejor dicho parecía que posaba para los sueños de un sexagenario que daría su único riñón bueno por lamer la espina dorsal de esa jovencita que estaba sentada en frente de él, justo en esa posición en la que suelen sentarse muchas jovencitas de ahora que no notan que los pantalones ceñidos a la cintura suelen ir hacia abajo y no hacia arriba, mostrando un poco más que el final de su espalda; Esa fue la última vez que el doctor Hernández visitó ese parque. A su familia le gustaría contar algo así como:

“Llegó un poco agitado a la casa, no era muy normal en él, pero aun así no le prestamos la mayor atención, sólo vimos como pasó a recostarse a su cuarto y a la mañana siguiente ya no despertó.”

Pero la verdad es que el doctor murió de un ataque cardiaco, en el mismo sitio desde donde solía espiar a Flor, con una mano en el bolsillo secretamente agujerado de su pantalón favorito.

lunes, 4 de abril de 2011

Jorge y Luisa

Por Javier Magaña
Al fin, Jorge se decidió a ir a la mesa del rincón en la que hasta hacía ya unas tres noches solía compartir su cerveza y su charla con Luisa, pero como bien dije eso sólo había sido habitual hasta hacía como tres noches, antes de que ella quisiera hablar de algo más serio mientras él hablaba en serio de nada que fuera serio. Fue entonces que el sentarse en esa mesa y compartir su charla y su cerveza dejó, por casi tres noches, de ser algo que solieran hacer, pero ella seguía sentándose, en la misma mesa del mismo rincón, del mismo bar, porque pues bien ella siempre asistía ahí y él sólo había sido un tipo que entró a un bar por una cerveza y la vio a ella y le mandó un trago con el mesero. Por eso es que ella siempre era quien repartía y compartía, él parecía que sólo compartía y ahora iba demostrar que no sólo parecía porque llegó con una decisión que hombres como él sólo pueden tomar una vez y muy en serio. Por eso es que Jorge se decidió y se sentó en la misma mesa, como si nada hubiera pasado aquella noche de hacía ya tres noches y dejó en el centro de la mesa su vaso lleno de cerveza obscura casi como alquitrán, donde a pesar de eso se podía percibir el brillo de la piedra de un pequeño aro dorado…
Claro que ella estaba sin aliento y él lo sabía porque también tenía la seguridad de que le iban a decir que sí, por eso le dijo, con la seriedad debida, “quiero ser tu macho”. ¡Ya lo sé!, bien le pudo haber dicho otra cosa, pudo haber dicho: “cásate con migo”, “quiero pasar el resto de mi vida a tu lado” o su segunda opción “quiero hacerte un chamaco.”, pero ninguna de las dos primeras hubiera sido del estilo del hombre del que ella se enamoró y la tercera iba un poco más allá de los asuntos para los que estaba preparado el cara de vikingo posmoderno al que ella diría que sí y a quien, posteriormente, cuando de nuevo quisiera hablar de cosas serias en serio, pediría le hiciera un chamaco.

domingo, 3 de abril de 2011

Una cuestión de compromiso

En algún lado escuchó que el ciudadano común suele llevar consigo armas bastante eficientes y no suele notarlo, una de ellas son sus llaves, con las que puede causar heridas en la cara, los ojos y el cuello de un posible agresor, pero no había recordado dicho comentario sino hasta un par de segundos después de haberle rajado el rostro a aquel gorila que lo tenía acorralado.
Su rival más que adolorido se mostró desconcertado por el ataque y Aldo, el hombre del llavero en la mano, casi por instinto, aplicó una de las técnicas más prácticas de Bruce Lee en aquella película que hizo con Chuck Norris, pateó la entrepierna del otro sujeto para después alejarse a toda prisa del sitio.
Después de haber corrido unas tres cuadras, con una fuerza que jamás se imaginó tener, Aldo detuvo su marcha en una parada de camión y se puso a pensar, que corrió con suerte, el otro tipo, esposo de la mujer con que se había estado acostando desde hacía seis meses, pudo haber traído una pistola.
Después de recuperar el aliento, se puso de pie y prometió no volver a meterse con una mujer casada... Su falta de compromiso consigo mismo le hizo merecedor de una bala en la espalda dos años más tarde.

Cosas que pasan

Por Javier Magaña

Ambos se miraban a los ojos y se querían ¿Qué les importaba que dentro de 3 años no fuera más así? ¿Qué le importaba a ella que tras su segundo aniversario a él dejara de parecerle atractivo el piercing que ella orgullosa portaba en su labio? ¿Qué le importaba a él que a sus veinticinco dejaría de ser darkie y comenzaría a trabajar de burócrata para 10 años después tener a su tercer hijo con la fulana que si llegaría a ser su esposa? ¿Qué le importaba a ella que al año de cortar con él encontraría a otro más guapo, a quien querría más y por el cual se tiraría al vicio, para morir de sobredosis antes de los treinta? ¿Qué les importaba todo eso a ellos, cuando estaban a punto de darse un beso en ese lugar?...

¿Qué les importaba a ellos?

sábado, 2 de abril de 2011

El primer día

Por Javier Magaña

Se toparon de frente, Jaime iba de salida y Jimena llegaba, en vez de iniciar una de esas clásicas situaciones de bailar que se generan cuando ambos se mueven a un mismo lugar en su intento (fallido claro está) de no estorbarle el paso al otro, él decidió ponerse junto la pared y dejar el camino libre, tras lo cual ella continuó hacia el frente sin decir nada.
Para Jimena esa fue una pequeña pero significativa muestra de la debilidad de carácter del hombre que hacía un instante había tenido enfrente de ella, para Jaime, fue una estupenda oportunidad para ver cómo lucía de espaldas su nueva compañera de trabajo.